Nuestra casa

¡Cuántas cosas están alojadas en ella! Útiles e inútiles, pero desordenadas, de modo que nos cuesta diferenciar cuáles merecen ser desechadas. Sin embargo están allí, ocupando un lugar. Heridas abiertas que no cicatrizan. ¡Cuántos trastos improductivos se apilan en nuestro desván! Y no sabemos por qué están ahí. Acumulamos menosprecios, desvalimientos, injurias, culpabilidades, odios, resentimientos, vanidades, y muchas cosas más que sabemos que nos pesan, que forman polvo y herrumbre, y no nos dejan transitar libremente por nuestra casa. Sin embargo, las retenemos. No atinamos a desprendernos de ellas. Y en este caos es difícil que surja lo hermoso que resulta sentir la casa limpia y ordenada.
Esas cosas que nos atan, que no nos dejan ejercer el dominio como "amos de casa" que somos, se yerguen en figuras fantasmales que obnubilan el sentido de vida.
¿No nos parece que es el momento de establecer un orden? ¿De desprendernos de todo aquello que se fue amontonando y que -como cizaña- ahoga el crecimiento sano de nuestro espíritu? ¡Para qué mantener ese lastre pesado que arrastramos y que oscurece un camino esplendoroso!
Limpiemos nuestra casa. Restablezcamos el 'silencio' que sosiega y da apertura al sentimiento de amor, de comprensión y de respeto por los demás.
Entonces podremos abrir los postigos y ventanas de par en par, para que la luz la inunde. Y la recorreremos sin tropiezos, sin choques. Y sentiremos la gran satisfacción de que los "peregrinos del mundo" deseen visitarla y aún, alojarse en ella porque encontrarán la paz, la serenidad y la sabiduría necesarias para apagar su hambre y su sed, luego de recorrer tantos caminos...
Enrique.